miércoles, 19 de septiembre de 2012

Iba a ser un viaje más


Me preparé un café, mecánica y rutinariamente, como siempre hace ya dos semanas y cuatro, casi cinco días.Abró Word y miro, una vez más, el cursor titilando sobre la esquina superior izquierda. Escribo, leo, corto, copio, borro, muevo y vuelvo a borrar. Siempre es lo mismo. No puedo armar un párrafo con sentido, estoy buscando la manera de expresar en palabras lo que pasó aquella noche, y el problema está en que sigo sin entenderlo. Pretendo volcar en una página ideas que tengo desacomodadas, cual ensalada, cual… No sé, no lo puedo describir, es un remolino, inconcluso.Lo único que realmente sé es que estoy viva, que él no, y que ella tampoco, de ahí en más no estoy segura de nada.Estábamos viajando para Córdoba, como todos los primeros domingos de cada mes, yo estaba atrás observando el paisaje entre dormida, mientras Paloma, de copiloto, cebaba mates.  Camilo, concentrado, estaba al volante. Los tres entonábamos desafinados y divertidos canciones de León, quien siempre fue un buen acompañante. La ruta estaba extrañamente tranquila, al igual que nosotros.  Carito, suelta tu pena, se haga diamante tu lágrima, entre mis cuerdas”, siempre me confundo y en vez de cuerdas digo cuevas, Camilo me corrige, nos reímos, y seguimos, como siempre, como ya no más.
Comíamos bizcochitos, que pegan bien con mate amargo. Habíamos recorrido la mitad del camino y faltaban más o menos dos horas, por lo cual decidí cerrar mis ojos y dormir un rato o hasta que llegáramos. Lo último de lo primero que escuché fue no pedí que hubiera esa noche de amor, que se fue hace tiempo, luego de eso gritos, un estallido, llanto y una ambulancia.
No puedo describir el choque porque no estaba consiente, según lo que dice la televisión y la gente un camión que venía de frente se desvió y no pudimos esquivarlo, no quise ni quiero muchos detalles pero sé que ambos salieron disparados por el parabrisas y yo quedé atrapada dentro, hasta que llegó gente y llamó a la ambulancia. Me desperté hace, ahora sí, dos semanas y cinco días, con la mandíbula y el codo derecho quebrados, muchos moretones, golpes, raspones y cortes, especificar más me parece bastante sádico y cruento.No me importaba, no me importaba en lo más mínimo ninguno de estos cortes, me eran indiferentes los moretones. Me faltaban ellos, me faltan, estoy vacía. Estoy vacía y no entiendo, porque tengo una ensalada, porque lo anterior es lo más coherente y organizado que pude escribir hasta ahora, aunque le siguen faltando cosas, cosas que sigo sin comprender, que no sé, no recuerdo o no quiero recordar. Me cuesta, me está costando tanto.Todo el mundo dice lo mismo, que soy fuerte, que voy a salir adelante, que yo puedo, que están, para lo que necesite o quiera. Los necesito y los quiero a ellos, no me pueden ayudar, nadie. No necesito un psicólogo, estoy harta de escuchar siempre lo mismo. Llego hasta acá y rompo en llantos, hasta que me quedo dormida, odio la rutina. Vuelvan o llevenme, así no puedo más.Ya lo decidí, me voy a ir, no comuniqué pero me voy a ir, no sé a dónde, no me importa, quiero tranquilidad, tranquilidad como la que tienen las gaviotas, como aquel árbol bajo el sol que se mece, como León, como aquel momento en el que comíamos bizcochitos y tomábamos mate amargo.Si hoy te tuviera aquí, cuando hago esta canción, me sentiría raro, no tengo sueño, mi panza vibra, tuve un golpe energético, milagro y resurrección y eso que estaba tieso, bajo control“.