Me preparé un café, mecánica y rutinariamente, como siempre hace ya dos semanas y cuatro, casi cinco días.Abró Word y miro, una vez más, el cursor titilando sobre la esquina superior izquierda. Escribo, leo, corto, copio, borro, muevo y vuelvo a borrar. Siempre es lo mismo. No puedo armar un párrafo con sentido, estoy buscando la manera de expresar en palabras lo que pasó aquella noche, y el problema está en que sigo sin entenderlo. Pretendo volcar en una página ideas que tengo desacomodadas, cual ensalada, cual… No sé, no lo puedo describir, es un remolino, inconcluso.Lo único que realmente sé es que estoy viva, que él no, y que ella tampoco, de ahí en más no estoy segura de nada.Estábamos viajando para Córdoba, como todos los primeros domingos de cada mes, yo estaba atrás observando el paisaje entre dormida, mientras Paloma, de copiloto, cebaba mates. Camilo, concentrado, estaba al volante. Los tres entonábamos desafinados y divertidos canciones de León, quien siempre fue un buen acompañante. La ruta estaba extrañamente tranquila, al igual que nosotros. “Carito, suelta tu pena, se haga diamante tu lágrima, entre mis cuerdas”, siempre me confundo y en vez de cuerdas digo cuevas, Camilo me corrige, nos reímos, y seguimos, como siempre, como ya no más.
miércoles, 19 de septiembre de 2012
Iba a ser un viaje más
Me preparé un café, mecánica y rutinariamente, como siempre hace ya dos semanas y cuatro, casi cinco días.Abró Word y miro, una vez más, el cursor titilando sobre la esquina superior izquierda. Escribo, leo, corto, copio, borro, muevo y vuelvo a borrar. Siempre es lo mismo. No puedo armar un párrafo con sentido, estoy buscando la manera de expresar en palabras lo que pasó aquella noche, y el problema está en que sigo sin entenderlo. Pretendo volcar en una página ideas que tengo desacomodadas, cual ensalada, cual… No sé, no lo puedo describir, es un remolino, inconcluso.Lo único que realmente sé es que estoy viva, que él no, y que ella tampoco, de ahí en más no estoy segura de nada.Estábamos viajando para Córdoba, como todos los primeros domingos de cada mes, yo estaba atrás observando el paisaje entre dormida, mientras Paloma, de copiloto, cebaba mates. Camilo, concentrado, estaba al volante. Los tres entonábamos desafinados y divertidos canciones de León, quien siempre fue un buen acompañante. La ruta estaba extrañamente tranquila, al igual que nosotros. “Carito, suelta tu pena, se haga diamante tu lágrima, entre mis cuerdas”, siempre me confundo y en vez de cuerdas digo cuevas, Camilo me corrige, nos reímos, y seguimos, como siempre, como ya no más.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)